Si hay algo que merezca la pena escuchar son las palabras de un abuelo. Si además cuenta sus inquietudes con una sonrisa y la ilusión de un crío, te viene a la cabeza el achuchón a modo de agradecimiento. Hace unos días, en mi antiguo barrio, nos encontramos con el papá de una amiga. Uno de sus mayores deseos es poder contemplar, desde el balcón de un cuarto piso, un almendro que aún no ha sido trasplantado para deleitarse con sus flores y acariciar con su mirada sus hojas caducas mientras saborea el café de la mañana. Y como no sólo es hombre de ideas ha decidido luchar por ello escribiendo una carta a la alcaldesa de Madrid, solicitando el citado almendro que alegraría su vida y también la de sus vecinos.
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