Llevaba tiempo sin venir a casa, no la echábamos de menos, ni siquiera sabíamos que deseara volver. Una mañana de otoño dejamos la puerta abierta y allí se instaló. Se enamoró de ella como lo hacen los críos jurando arrastrarla a aquel lugar donde se rinden los sueños. La muerte se la llevó despacito susurrando melosa, bellas historias de amor.
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